La despedida produce un gran consuelo. Es corriente que los seres que esperan hayan visto al ser querido por última vez cuando estaba en la cama, sufriendo y rodeado de los tétricos implementos de la habitación de un enfermo o de un hospital. Aquí vuelven a verlo como lo habían conocido en sus mejores años de vida, transfigurado por la paz y la felicidad.
Si queremos comprender los desastres pasados, condición previa indispensable para cualquier intento de impedir que se repitan, lo que debemos hacer es acudir a quienes cometieron esos actos: ¿Por qué hicieron esas cosas? ¿Cuál es el mecanismo que engendra el horror? ¿Cómo puede convertirse un hombre corriente en un verdugo de masas?
El libertino más ramplón ha soñado alguna vez con sultanas, y todos los notarios llevan dentro de sí las ruinas de un poeta
El máximum del arte pedestre estaba allí, en ese cuadro de La mujer hidrópica, pintado sin pretensión alguna, pero con una nobleza que lo supera todo, una cantidad de matices tal que no se puede imaginar que un ojo humano los hubiera advertido. La fotografía jamás será capaz de sutilezas semejantes. Es la voluptuosidad total.