Aconsejar a otros, y desatender su propia seguridad, es insensato.
Tú puedes hacer lo que te propongas. Eres fuerte y capaz. No eres frágil ni quebradizo. Al postergar para un momento futuro lo que quisieras hacer ahora, te entregas al escapismo, a la autoduda, y lo que es peor aún al autoengaño.
Culpar a los demás es no aceptar la responsabilidad de nuestra vida, es distraerse de ella.
Dormir es distraerse del mundo.
La noche de Navidad es la noche de las resurrecciones y de los recuerdos. Los niños, al dormirse en sus cunas, quedan confiados en el espíritu misterioso que bajará durante el sueño para llenar de dulces y juguetes los botines nuevos que han dejado a propósito en la chimenea.
Cosechar en el verano es de sabios; dormirse en la cosecha es de descarados.
Resulta verdaderamente asombrosa la prontitud con que un chisme basta para distraer la atención de una conversación intelectual.
Podemos simpatizar los unos con los Otros, y eso es más que bastante: eso es todo, y difícil, acercar nuestra historia a la de otros podándola del exceso que somos, distraer la atención de lo imposible para atraerla sobre las coincidencias, y no insistir, no insistir demasiado: ser un buen narrador que hace su oficio entre el bufón y el pontificador.