Todo soldado francés lleva en su mochila el bastón de mariscal
No soy ruiseñor, sino urraca de grito agrio que se oculta en el fondo de los bosques para no ser oída sino por ella misma.
Toda muchacha es una maestra innata, y aunque con ella no se pudiese aprender nada más, se aprendería por lo menos una cosa: el modo de engañarla. Nadie nos puede enseñar tal cosa como ella.
Lo primero que debe hacerse es llevar a una muchacha al punto en que sólo conozca un deber: el de abandonarse plenamente a su amado, tanto como si, llena de exaltada beatitud, mendigase ese favor. Sólo entonces es cuando se pueden obtener de ella los verdaderos y grandes placeres. Y a esto sólo se llega por medio de una elaboración espiritual.
La adulación, meretriz del vicio, debe quedar fuera de la amistad.