Para gobernar se precisa firmeza, pero también mucha flexibilidad y paciencia.
Los regímenes democráticos se nutren en verdad del cambio constante. Son flexibles, inquietos y, por eso mismo, el hombre de esos regímenes debe tener mayor flexibilidad de conciencia.
Mientras el individuo desaparece frente al aparato al que sirve, éste le provee mejor que nunca. En una situación injusta la impotencia y la ductilidad de las masas crecen con los bienes que se les otorga.
La fatalidad posee una cierta elasticidad que se suele llamar libertad humana.
Y tú, querida, por tu parte, qué cintura, qué aliento y qué elasticidad de gacela...Al despertar fue, en tus brazos, pero más aguda y más perfecta, ¡Exactamente la misma fiesta!
Los grandes talentos alarman e intimidan a los incapaces, y no tienen la docilidad que se requiere para agradar a los hombres justos.
En México, todavía, el valor de caudillos, mártires, artistas notables y valores del hogar sólido se determina por el número de estatuas que consiguen, y por la mezcla de terquedad y docilidad con que monumentos y bustos aceptan el avance omnívoro de lo urbano. Y que se cuiden los iconoclastas. Ya lo advirtió Jean Cocteau: El riesgo de un destructor de estatuas es convertirse en una.