Mientras trabajaban en cubierta, veían a menudo un destructor que cruzaba la línea del horizonte hacia el sur. La bandera japonesa ondeaba en su popa. Los pescadores, emocionados y con lágrimas en los ojos, saludaban blandiendo sus gorras. Nuestros protectores, pensaban. ¡Mierda! Cuando los veo, se me saltan las lágrimas.
En México, todavía, el valor de caudillos, mártires, artistas notables y valores del hogar sólido se determina por el número de estatuas que consiguen, y por la mezcla de terquedad y docilidad con que monumentos y bustos aceptan el avance omnívoro de lo urbano. Y que se cuiden los iconoclastas. Ya lo advirtió Jean Cocteau: El riesgo de un destructor de estatuas es convertirse en una.
Me gusta la democracia porque permite apreciar el arrollador avance del que tiene libertad para exprimir a unos cuantos y aumentar su capital.
(...)La victoria total, completa, aplastante de un bando sobre el otro, cargará al vencedor con la responsabilidad de todos los errores cometidos y proporcionará al vencido la base de la futura propaganda, tanto dentro como fuera de nuestras fronteras.
Húmedo le estrechó la mano y, en lugar de la zarpa aplastante que esperaba, sintió el apretón firme de manos de un hombre honorable y contempló la mirada tranquila, honrada y tuerta de Asidor D'Oropel.
No hay negador que no esté sediento de algún catastrófico sí.
Hoy está con nosotros en su calidad de demoledor de teorías. Y si no muerde su sentido de la realidad, aunque sólo sea con un mordisco pequeño, con este la fe de nuestros padres, entonces comprueben su pulso. Puede que estén ustedes muertos.
Es ruinoso tratar de agradar a los vecinos.
Tu amor por el abrazo ha despertado a todas las durmientes. Tu sonrisa es un lazo de promesas urgentes tras la voraz caricia de los dientes.
Pero soy voraz con la vida. Hago demasiado de todo durante todo el tiempo. De repente, un día me fallará el corazón. El Cangrejo de Hierro me llevará como se llevó a mi padre. Pero yo no le tengo miedo al cangrejo. Al menos habré muerto de una enfermedad honorable. Tal vez, en mi lápida, inscriban: Este hombre murió a fuerza de vivir demasiado.
... Zapatero viene a Galicia a dar coces... viene a comportarse como un hooligan británico
...el sacerdote es un devorador de beefsteak ('bistec'), el sacerdote había formulado de una vez por todas qué es lo que él quiere tener, qué es la voluntad de Dios.
Era el sueño de su vida súbitamente convertido en realidad, la riqueza y el lujo que siempre había deseado. Su ambición de fasto y poder era capaz de hacerla enfermar, era un instinto devorador que seguramente sólo la riqueza lograría apaciguar.
El desastroso historial de fracasos que ha tenido en África el mundo desarrollado horroriza y avergüenza a nuestra civilización.
Las reglas construyen fortificaciones tras las cuales las mentes pequeñas crean satrapías. Algo peligroso en los mejores tiempos, es desastroso durante las crisis.