Las azaleas en el acantilado miran el reflejo en el lago del atardecer.
La casa, dios mío, rodeada de petreles sobre el acantilado y los vapores del océano, de portones batidos por el viento y cortinas en pedazos, con el anuncio hotel central en semicírculo en la fachada y los tres de la policía secreta, siempre de negro, con el brazo en alto al modo nazi, que bebían, en la salita de estar, la malta de la mañana.
No tengamos envidia de los que están encaramados, por que lo que nos parece altura es despeñadero
Y para acá o allá y desde aquí otra vez y vuelta a ir de vuelta y sin aliento y del principio o término del precipicio íntimo hasta el extremo o medio o resurrecto resto de éste o aquello o de lo opuesto y rueda que te roe hasta el encuentro y aquí tampoco está y desde arriba abajo y desde abajo arriba ávido asqueado por vivir entre huesos o del perpetuo estéril desencuentro a lo demás de más.
Voy a empezar por el principio, cerca del precipicio donde siempre quise estar.
Mañana es el mote del diablo, el favorito refugio de la inepcia y la pereza, la sima que se traga los proyectos esbozados y las resoluciones demoradas
Grítame con los ojos que veré algo nuevo.. que tras el abismo que me arrojo, están tus brazos abiertos
-Todos los innovadores de espíritu, llevan en la frente por algún tiempo a señal pálida y fatal del chandala, porque ellos mismos sienten el terrible abismo que les separa de todo lo tradicional y venerado.
No hay peñasco sin nombre.