¡ay mísero de mí! ¡Y ay infelice! Apurar, cielos, pretendo ya que me tratáis así, qué delito cometí contra vosotros naciendo; aunque si nací, ya entiendo qué delito he cometido. Bastante causa ha tenido vuestra justicia y rigor; pues el delito mayor del hombre es haber nacido.
¡ay de la carne que depende del alma, ay del alma que depende de la carne!
Y, quizás, los mástiles, invitando a las tormentas son los que un viento inclina sobre los naufragios perdidos, sin mástiles, sin mástiles, ni islas fértiles... ¡Pero, oh corazón mío, escucha el canto de los marineros!
El mundo, oh Dios del cielo, me ha visto llorar y gemir; pero lo que más me aflige es que me haya visto también así mi suegra.
Cámara dura... huy cámara dura, ¡ya no sé lo que digo! Rueda dura
Cámara dura... huy cámara dura, ¡ya no sé lo que digo! Rueda dura