La casa, dios mío, rodeada de petreles sobre el acantilado y los vapores del océano, de portones batidos por el viento y cortinas en pedazos, con el anuncio hotel central en semicírculo en la fachada y los tres de la policía secreta, siempre de negro, con el brazo en alto al modo nazi, que bebían, en la salita de estar, la malta de la mañana.
Pero / lo serio que en verdad / el comandante Guevara entró a la muerte / y allá andará según se dice / bello / con piedras bajo el brazo / soy de un país donde ahora / Guevara ha de morir otras muertes / cada cual resolverá su muerte ahora / el que se alegró ya es polvo miserable / el que lloró que reflexione / el que olvidó que olvide, o que recuerde.