Pequeña patria mía, dulce tormenta, un litoral de amor elevan mis pupilas y la garganta se me llena de silvestre alegría cuando digo patria, obrero, golondrina.
Y, sin embargo, amor, a través de las lágrimas, yo sabía que al fin iba a quedarme desnudo en la ribera de la risa.
Dejo la casa donde nací, dejo la aldea que conozco, por un mundo que no he visto. Dejo amigos por extraños, dejo la ribera por el mar, dejo en fin cuanto quiero bien... ¡Quién pudiera no dejar!
Si has de hablar mal de alguien, no lo hagas, pero escríbelo: escríbelo en la arena, ¡cerca de la orilla del mar!
No se lo que pareceré a los ojos del mundo, pero a los míos es como si hubiese sido un muchacho que juega en la orilla del mar y se divierte de tanto en tanto encontrando un guijarro más pulido o una concha más hermosa, mientras el inmenso océano de la verdad se extendía, inexplorado frente a mi.
Las letras son siempre producto de zapadas, de improvisaciones. Lo que importa es el ritmo. Cuando al final escucho a la letra que quedó armada digo: La puta madre, sin darme cuenta conté toda una historia.
Fuimos reserva espiritual de Occidente para el franquismo; con el boom económico mundial, reserva de mano de obra barata para Europa; y ahora, en la democracia, reserva armada de la Otan.