Te pintaré en un cantar la rueda de la existencia: pecar, hacer penitencia y luego vuelta a empezar
Toda la hueste cristiana está derrotada y Dios desde lo alto ha castigado mi maldecido y odioso perjurio. ¡Oh, justo y terrible castigador de pecados, haz que el deshonor de los dolores que siento en esta mi mortal y harto bien merecida herida, termine mi penitencia con mi repentina muerte! Y haz que esta muerte, siquiera muera yo en pecado, engendre una segunda vida de eterna clemencia.
Su ladrido es peor que su mordisco.
El olor de la hierba, el viento gélido, las crestas de las montañas, el ladrido de un perro. Esto es lo primero que recuerdo. Con tanta nitidez que tengo la impresión de que si alargara la mano, podría ubicarlos, uno tras otro, con la punta del dedo. Pero este paisaje está desierto. No hay nadie. No está Naoko.