Una hora más tarde mi mente está henchida de júbilo, me impresionan todos los detalles: un velo aleteando en un sombrero, un pelo recogido que se suelta, dos ojos que se cierran por la risa y yo me conmuevo. ¡Qué día, qué día!
Apareció la cámara fotográfica. Y con ella todas las prerrogativas del pelo largo, de la caspa y de la misteriosa genialidad de ojo virolo -el artista fotógrafo.