La voz del artista saca su fuerza de que nace de una soledad que apela al universo para imponerle el acento humano, y en las grandes artes del pasado sobrevive para nosotros la invencible voz interior de las civilizaciones desaparecidas.
Había sido invencible Pompeyo mientras no había hecho nada saludable y justo, y ahora, cuando quería salvar la patria, y combatir por la libertad, lo abandona su próspera fortuna
¿Por qué, al hablar del futuro, emplea Karl Marx el presente?, pregunta con aire triunfante nuestro filósofo. Puede usted, muy respetado crítico, mirar en cualquier gramática y verá que el presente se usa en lugar del futuro cuando este futuro es tenido por algo inevitable e indudable.
El pasado y el presente solamente son medios para nosotros: el futuro es siempre nuestro fin. Por eso nunca vivimos realmente, sino que esperamos vivir. Alucinando siempre por esta esperanza de ser felicies algún día, es inevitable que no lo seamos nunca.
Es dulce ser la única fuente, la causa tiránica e inapelable de las grandes dichas y de la desesperación más honda de otro ser.
Personalmente entiendo el amor como el deseo casi desesperado de que alguien perdure, a pesar de sus deficiencias y de su vulnerabilidad
¿Qué piensan hacer los que gobiernan?¿Piensan seguir arrojando gente hacia el hambre?¿No tienen miedo que los hambreados les asalten los countries o barrios cerrados? ¿O que algún desesperado salga un día a cobrarles la cuenta de tanta humillación y miseria? Y los desesperado no son pocos. No se puede vivir en un palacio rodeado de hambrientos. En algún momento, te devoran
El ser humano no necesariamente tiene que caer en la angustia. No es parte de la naturaleza del espíritu sino de una horrible enajenación. Kierkegaard hablaba de un abismo insuperable entre el hombre y Dios... Yo no tengo angustia, porque yo soy Dios y sé que la angustia no es ni existencialmente ni ónticamente necesaria...
La pasión de venganza, que en parte la había estimulado para la comisión de aquel acto atroz, murió en el mismo momento en que fue satisfecho y la dejó con los horrores de la piedad insuperable y del remordimiento.
La clase de aquellos que tienen la habilidad de pensar sus propios pensamientos está separada por un océano infranqueable de la clase de los que no la tienen