¿Y es que saben muchos de los que atacan el motivo por el que atacan? Unas palabras cordiales, un simple apretón de manos, disiparían en el enfurruñado su encono.
Yo no quiero París con aguacero ni barranco sin ti.
Tú no recuerdas la casa de los aduaneros sobre el barranco profundo de la escollera: desolada te espera desde la noche en que entró allí el enjambre de tus pensamientos y se detuvo inquieto.