Podremos saber que nada vale más que la brizna roída por un conejo o la ortiga creciendo entre las grietas de los muros. Pero nunca dejaremos de correr para acompañar a los niños a saludar el paso de los trenes.
¡Qué pequeña eres, brizna de hierba! Sí, pero tengo toda la tierra a mis pies.