Tú, ave peregrina, arrogante esplendor -ya que no bello- del último occidente: penda el rugoso nácar de tu frente sobre el crespo zafiro de tu cuello, que himeneo a sus mesas te destina.
Siempre me ha indignado que se crea que tres números pueden expresar la belleza de una mujer, lo que ha costado tantos endecasílabos a los poetas.