El gobernante es, por lo común -salvo aquellos excepcionalísimos que aparecen nimbados por la aureola de la historia y que son en número muy reducido-, un hombre débil, entregado al oleaje de las pasiones populares, y muchas veces sin fortaleza para empuñar firmemente la caña del timón y conducir la nave al puerto de salvación.
El hombre no es más que una caña, el ser más débil de la naturaleza. Pero es una caña que piensa.
Evitad las menudas superfluidades, porque por una rendija puede naufragar un navío
Ellos van en un transatlántico mientras nosotros navegamos en un tirachinas