Los poderosos del mundo no conocieron la necesidad de la moderación hasta que a su vez tuvieron que sufrir el empuje de una fuerza superior y arrolladora.
El individuo idealista de los religiosos, puesto que está dotado de un alma inmortal, es infinito y completo en sí; por consiguiente no tiene necesidad de nadie, ni aún de dios, y con más razón no tiene necesidad tampoco de otros hombres; por lo tanto es el egoísmo personificado, el ser antisocial por excelencia.