Todo lo que veo es deseo venganza y trampa en la nación donde acampa la corrupción y el hampa, una estampa de desidia de conformismo y envidia la tibia fragilidad con la que lidian mis familias.
La bondad era tibia y sin consistencia, olía a carne cruda guardada mucho tiempo.
No se puede negar, por el contrario, que el aguardiente, el ron y el alcohol de caña fueron los regalos envenenados de Europa a las civilizaciones de América.
El hombre no es más que una caña, el ser más débil de la naturaleza. Pero es una caña que piensa.
Mordemos algunas masas y observamos sin mucho entusiasmo el tubo de dentífrico que nos han obsequiado; es como si Margarita me adivinara el pensamiento, porque, apenas nos miramos a los ojos, sonreímos.