La desgracia, al ligarse a mí, me enseñó poco a poco otra religión, distinta a la religión enseñada por los hombres.
La mujer no debe depender de la protección del hombre, sino ser enseñada para protegerse a sí misma.
Tú eres la inconmovible y desdeñosa, aunque gentil y bella castellana; yo, el trovador que canta al pie del muro sin que se abra a su acento tu ventana.
Para que podamos mirar y tocar sin pudor las flores, sí, todas las flores y seamos iguales a nosotros mismos en la hermandad delicada, para que las cosas no sean mercancías, y se abra como una flor toda la nobleza del hombre: iremos todos hasta nuestro extremo límite, nos perderemos en la hora del don con la sonrisa anónima y segura de una simiente en la noche de la tierra.