La carne es extremadamente débil, y no tanto por su culpa, pues el espíritu, cuyo deber, en un principio, sería levantar una barrera contra todas las tentaciones, es siempre el primero en ceder, en izar la bandera blanca de la rendición.
Dios, aunque invisible, tiene siempre una mano tendida para levantar por un extremo la carga que abruma al pobre