Nadie pone más en evidencia su torpeza y mala crianza que el que empieza a hablar antes que su interlocutor haya concluido.
Las amaba sin piedad. Pues sabía ahora que la finitud, las particularidades mínimas, el torturado equilibrio entre la torpeza y la lucidez eran precisamente la virtud distintiva de estas criaturas, y que evitarles todo esto era aniquilarlas.