Una idea es como un pájaro raro que no se puede ver. Lo que uno ve es el temblor de la rama que acaba de abandonar.
Nosotros ya no volveremos a pintar el bosque o el caballo como nos gustan o nos parecen, sino como realmente son, como el bosque o el caballo sienten, su esencia absoluta que vive detrás de las apariencias que vemos. Yo intento sentir de modo panteísta el temblor y el bullir de la sangre en la naturaleza, en los árboles, en los animales, en el aire...
El milagro japonés no son los rascacielos anti sismo ni la tecnología digital, no son los trenes bala, ni el turismo que busca un harakiri cultural, es una madre con dos chicos en bicicleta, uno delante, el otro atrás por entre el tránsito de Osaka que la respeta con su frágil dignidad.
Creo que es imposible expresar cabalmente, el éxtasis y la conmoción que siente el alma cuando ha sido salvada, diría yo, de la mismísima tumba.
Era el subsuelo de la patria sublevado. Era el cimiento básico de la Nación que asomaba por primera vez en su tosca desnudez original, como asoman las épocas pretéritas de la tierra en la conmoción de terremoto
Sin la artesanía, la inspiración es una mera caña sacudida por el viento.
Fue, (...) como si la ciudad, en su convulsión y su desgracia, hubiera generado espontánea y necesariamente ese minúsculo universo del alma, unas pocas ventanas intactas cegadas con pintura negra. Nadie quería ver la ciudad destrozada.
A partir de ese momento, nunca volvió a comportarse de una forma tan violenta pero su mente quedó trastornada para siempre. Parecía como si se hubiera transformado en la de una demente. El doctor aseguró que no había ninguna esperanza de recuperación. Se trataba de una enfermedad llamada paranoia, y estaba motivada por la convulsión emocional producida por un disgusto inesperado.