El hombre más feliz del mundo es aquel que sepa reconocer los méritos de los demás y pueda alegrarse del bien ajeno como si fuera propio.
No he conocido a nadie que fuera capaz de alegrarse como ella de las cosas sencillas de la vida: personas y animales, estrellas y libros, todo le interesaba, y su interés no se basaba en la altivez, en la pretensión de convertirse en experta, sino que se aproximaba a todo lo que la vida le daba con la alegría incondicional de una criatura que ha nacido al mundo para disfrutarlo todo.
El pueblo no debe contentarse con que sus jefes obren bien; él debe aspirar a que nunca puedan obrar mal. Seremos respetables a las naciones extranjeras, no por riquezas, que excitarán su codicia; no por el número de tropas, que en muchos años no podrán igualar las de Europa; lo seremos solamente cuando renazcan en nosotros las virtudes de un pueblo sobrio y laborioso.
Pero, cuando se ha vislumbrado el Paraíso, ¿Cómo contentarse con la vida de todos? Lo que para los demás es la dicha, a mí me resultaba irrisorio. Y cuando, sincera y deliberadamente, decidí un día hacer como todos, coseché remordimientos para rato...
regocijarse en la conquista es regocijarse en el crimen
¿No es triste irse a la tumba sin llegar a preguntarse por qué has nacido? ¿Quién, ante semejante pensamiento, no habría saltado de la cama, ansioso por comenzar de nuevo a descubrir el mundo y regocijarse por ser parte de él?
Es falso que la pretensión a una recompensa no convenga a la verdadera virtud y que ofenda su pureza; pues, por el contrario, sirve para mantenerla, dado que el hombre es demasiado débil para desear la virtud con el fin de complacerse a sí mismo.
Porque deleitarse es algo anímico, y para cada uno es placentero aquello de lo que se dice aficionado.
Nunca me he sentido más viva que cuando he visto a mis hijos deleitarse con algo; nunca más viva que cuando he visto a un gran artista hacer su arte; y nunca tan rica como cuando he conseguido un gran cheque para combatir el SIDA.