Ser puritano, mojigato o predicador es malo. Ser las tres cosas a la vez me recuerda los peores excesos de la Revolución Francesa.
El puritano no se detiene a pensar; él reconoce a Dios en su alma, y actúa.
Un puritano es alguien que está mortalmente temeroso de que alguien en alguna parte se lo esté pasando bien.