Frecuentemente hallé el dolor: vivir era el riachuelo estertoroso, agónico; la llama retorciéndose en la pira; el cabello en la ruta, inútil, roto.
Hay muchos escritos en los que no queda -como el espectáculo que ofrece un riachuelo bañando de agua clara los pequeños guijarros- sino el recuerdo de las palabras que se escaparon.