Después de lo gozado y lo sufrido, después de lo ganado y lo perdido, siento que existo aún porque ya, casi a la orilla de mi vida, puedo recordar y gozar enloquecido: en lo que he sido, en lo que es ido...
Noche, madre sombría: cuando llegue el minuto negro de mi borrasca, hazme sufrirlo aquí, junto a la orilla del agua amarga que, si me vienen ganas de llorar, quiero tener azules las ideas, y en mis palabras el sonar de las mareas.
Y a vos te vi tan triste... ¡Vení! ¡Volá! ¡Sentí! El loco berretín que tengo para vos: ¡Loco! ¡Loco! ¡Loco! Cuando anochezca en tu porteña soledad, por la ribera de tu sábana vendré con un poema y un trombón a desvelarte el corazón.
Sólo hay que sentarse a la ribera de un río para ver pasar el cadáver de tu enemigo