La línea del horizonte de Nueva York es un monumento de esplendor al que pirámides o palacios jamás podrán igualar ni aproximarse.
Por adentro es un vacío, por afuera un monumento retocado por la moda con un golpe de pincel. Prototipo de mediocre, sin ideal ni sentimiento, y arrastrado por los vientos como un trozo de papel.