Lo que caracteriza el poder de la Iglesia no puede ser nunca el tipo de poder de la soberanía política o de dominio de la técnica. Tal afirmación no intenta condenar el poder político como tal, tampoco condena la espada de la justicia que aparece en la carta a los romanos. Lo que condena es la identificación de la Iglesia con el poder político.
Y yo pregunto a los economistas políticos, a los moralistas, si han calculado el número de individuos que es necesario condenar a la miseria, al trabajo desproporcionado, a la desmoralización, a la infancia, a la ignorancia crapulosa, a la desgracia invencible, a la penuria absoluta, para producir un rico