Si hay palabras y agravios como cuchillos, cuyas profundas heridas nunca cicatrizan ultrajes cortantes e insultos de dentado y venenoso filo, hay también palabras de consuelo demasiado dulces para el oído receloso, y cuyo eco perdura en nuestra memoria: detalles que son como caricias...
En el odio nazi no hay racionalidad: es un odio que no está en nosotros, está afuera del hombre, es un fruto venenoso nacido del tronco funesto del fascismo pero está afuera y más allá del mismo fascismo.
Mientras trabajaban en cubierta, veían a menudo un destructor que cruzaba la línea del horizonte hacia el sur. La bandera japonesa ondeaba en su popa. Los pescadores, emocionados y con lágrimas en los ojos, saludaban blandiendo sus gorras. Nuestros protectores, pensaban. ¡Mierda! Cuando los veo, se me saltan las lágrimas.
Me he convertido en la muerte, el destructor de mundos.