Las personas sufren un grado considerable de privaciones de las comodidades o de las cosas necesarias para la vida, con objeto de poderse permitir lo que se considera como una cantidad decorosa de consumo derrochador.
La resistencia de los líderes empresariales a una política de gasto gubernamental se agudiza cuando consideran los objetos en que se gastaría el dinero: inversión pública y subsidio al consumo masivo.
El consumo no debe estar sometido a la producción; es decir, que subordine el capital y sus conveniencias al consumo y a las necesidades. Esta es la teoría justicialista.
Hay que acostumbrar a la gente a vivir de forma más austera, a no derrochar. Hay mucho derroche de energía, no hace falta que cada familia de clase media tenga dos automóviles, lo que hace falta es cambiar el sistema de transportes, mejorar el transporte público, para que la gente no utilice el coche. Lo que hace falta cambiar es el modo de vida, ya que consumo no es sinónimo de felicidad.