Quitarle al objeto su envoltura, demoler el aura, es signatura de una percepción cuya sensibilidad para lo homogéneo crece tanto en el mundo que, a través de la reproducción, lo localiza hasta en lo irrepetible.
Cuando el aire es homogéneo y casi rígido y las cosas que envuelve no están entremezcladas el paisaje no es un estado de alma sino un sistema de coordenadas.