Lo que la humildad no puede exigir de mí es mi sumisión a la arrogancia y a la rudeza de quien me falta el respeto. Lo que la humildad exige de mí, cuando no puedo reaccionar como debería a la afrenta, es enfrentarla con dignidad.
Para evitar un error de expresión: lo que se deshace se deshace pero no se lo puede destruir; aquello que hace falta destruir muy activamente hay que tenerlo antes muy oprimido