El consumo mundial de petróleo es tan grande que las provisiones solo pueden durar unas cuantas generaciones más. La solución es el alcohol, un combustible limpio y perfecto.
Durante toda la evolución del gasto ostensible, tanto de bienes como de servicios o de vida humana, se da el supuesto obvio de que para que un consumo pueda mejorar de modo eficaz la buena fama del consumidor, tiene que ser de cosas superfluas. Para producir buena reputación, ese consumo tiene que ser derrochador.
Es una decisión personal que, obviamente, no me corresponde interpretarla, pero su pérdida es mayúscula porque su presencia le dio brillo a este deporte. Lo que ha hecho es inolvidable y que no permanezca, una pérdida.
En cuanto empecé a caer en la cuenta de la pérdida que había sufrido, comencé a entristecerme sobremanera; entonces me dirigí a una imagen de Nuestra Señora y le rogué con muchas lágrimas que me tomase por hija suya.
Es un crimen que justo cuando las arcas de varios gobiernos regionales están repletas de dinero gracias al canon que pagan las multinacionales, la inversión pública brille por su ausencia. Mientras los bancos ganan con los depósitos, los campesinos, los artesanos, los pequeños y medianos empresarios, la gente común y corriente no ve ninguna obra pública que los beneficie y eso es un pecado.
Esa es la inversión más poderosa que está a nuestro alcance en la vida: la inversión en nosotros mismos, en el único instrumento con que contamos para vivir y realizar nuestra aportación.