Yo daría mi dedo meñique por ir al Japón, uno de los pocos países que quisiera de verdad conocer.
Cuando se ama de verdad -decían nuestros antiguos trovadores-, se oiga lo que se oiga, se vea lo que se vea en contra de la amada, no se debe dar crédito ni a los oídos ni a los ojos; hay que escuchar únicamente al corazón.