Quiero morir a los 100 años con una bandera americana a la espalda y la estrella de Texas en el casco, descendiendo gritando por los Alpes sobre la bici, a 120km/h, cruzar mi última meta y oir mi esposa con mis diez hijos aplaudiendo y luego tumbarme en un campo de girasoles franceses y expirar con elegancia
No sabía nada antes de cruzar la meta. Durante las diez últimas vueltas, mi ingeniero me empujaba por radio, sin decirme nada. Cuando pasé la línea de llegada, me dijo: esto tiene buena pinta, pero hay que esperar. Después gritó: has ganado el Mundial
Y ahora márchese a esas televisiones de extrema derecha y dígales que la policía española, la Guardia Civil, la Ertzaintza y la policía francesa han ido al juez a mentir para salvar la cara a este Gobierno y a este ministro.
Nadie puede renunciar a su deber. Con el esfuerzo común lograremos salvar a la República.
Existe la expectativa de que una generación joven tiene la oportunidad de redimir los crímenes y fracasos de sus mayores y tendría la fuerza y el idealismo de hacerlo.
Es más cómodo sufrir que actuar; es más cómodo dejarse redimir y liberar por otro, que liberarse a sí mismo; es más cómodo hacer depender su salvación de otra persona, que de la propia fuerza; es más cómodo amar que anhelar; es más cómodo saberse amado de Dios, que amarse a sí mismo con un amor sencillo o natural, innato en todos los seres.
La felicidad se apoya en los pilares fundamentales: tomar la vida como un juego y prodigar amor a los demás.
Si bien uno tiene que sincerarse demasiado en la literatura y escribir lo que está dentro de sus vivencias, de lo que padece y lo que goza, pienso que me han ajustado al norte por comodidad: para mí sólo se trata de una invención, porque no soy un escritor enteramente realista; hay una recreación en las atmósferas, pero no una precisión por captar el espíritu.
El amor de mi hombre no conocerá el miedo a la entrega, ni temerá descubrirse ante la magia del enamoramiento en una plaza llena de multitudes. Podrá gritar -te quiero- o hacer rótulos en lo alto de los edificios proclamando su derecho a sentir el más hermoso y humano de los sentimientos.
A veces uno se horroriza de descubrirse a sí mismo en otro.
Al declararse un incendio o la noticia inesperada de una muerte, en el primer momento de terror, que es un momento de enmudecimiento, nos invade un oscuro sentimiento de culpa, ese reproche amorfo que nos dice: di pues, ¿No lo sabías?
La gente piensa que quien debe declararse en el amor es el hombre, pero es tan bonito también oír una declaración de amor de una mujer.