No son las bajezas de los hombres las que son innobles, sino la forma en que saben hacérselas perdonar.
Las emociones de la fe, el amor y el sexo son las más poderosas entre las principales emociones positivas. Cuando se mezclan las tres, tienen el efecto de colorear el pensamiento de tal manera que éste alcanza al momento el subconsciente, y allí se transforma en su equivalente espiritual, la forma singular que induce una respuesta de la inteligencia infinita.
¿Se te apagó la luz o la encontraste?, ¿se te safó un tornillo o lo apretaste?, ¿cuál es la dimensión de la locura?, ¿si es más cuerdo el que piensa o el que mira la luna?
Un alma se mide por la dimensión de su deseo, del mismo modo que se juzga de antemano a una catedral por la altura de sus torres.
Antes de cualquier tarea, de una presentación de ventas, un encuentro difícil o del desafío cotidiano de alcanzar una meta, véala con claridad y vividez, de modo inexorable, una y otra vez. Cree una zona cómoda interior. Después, cuando entre en la situación, no le resultará extraña. No le provocará temor.
En la vida que vivimos, nuestras percepciones son, tal vez siempre, percepciones de partes, y nuestras conjeturas acerca de las totalidades son corroboraciones o refutaciones de continuo por la presentación posterior de otras partes. Tal vez ser por esto que las totalidades nunca pueden ser presentadas, ya que ello implicaría una comunicación directa.
Lo que seremos está allí, en su configuración y sus objetos. Nada en el mundo abierto y andarín podrá reemplazar al espacio cerrado de nuestra infancia, donde algo ocurrió que nos hizo diferentes y que aún perdura y que podemos rescatar cuando recordamos aquel lugar de nuestra casa.
La sociedad de la opulencia trae consigo una sobreabundancia de tiempo libre que ofrece, desde luego, ocasión para una configuración de la vida plena de sentido, pero que en realidad no hace sino contribuir al vacío existencial.
Si alguien concibe que una carnicería semejante puede servir de soporte a un arte, ya está preparado para admitir que la verdad puede ser extraída mediante la tortura en el sótano de una comisaría; si se admite que la belleza puede surgir de la sangre derramada, aunque ésta se inflija a un animal, es que uno ya tiene justificado en el corazón todo tipo de violencia.
¡Ah, es menester saber las miserias de esta vida puerca, comer el hígado que en la carnicería se pide para el gato, y acostarse temprano para no gastar el petróleo de la lámpara!