Los buenos libros realzan el carácter, depuran el gusto, despiertan repugnancia hacia los placeres groseros y nos levantan a una superior espera de pensamiento y acción
Porque la repugnancia a aceptar ideas preconcebidas y convertir la opinión de uno mismo en tesis antes que en hipótesis de trabajo es precisamente lo que constituye la marca de calidad de un científico genuino y lo que constituye la naturaleza ética esencial de la actividad científica.
La marca característica de nuestra época es su repulsión hacia las pautas impuestas.
Si suprimiéramos el oro ¿qué motivo de acción nos restaría? Sin terror ¿qué nos sacaría de la inmovilidad? Inventaríamos el amor, la solidaridad de los esfuerzos; descubriríamos que el egoísmo, o sea la repulsión recíproca, no es mejor cemento para dar cohesión y eficacia a la sociedad... graves inconvenientes, utopías, locuras. Si hay algo prácticamente absurdo, es el sentido común.
Tan terrible es el odio que ni te atreves a mostrarme tu desprecio
..., el odio surge tambén del simple testimonio, como lo vemos en los turcos contra judíos y cristianos, en los judíos contra turcos y cristianos, en los cristianos contra judíos y turcos, etc. ¡Cuán ignorante es, en efecto, la gran masa de todos éstos acerca de la religión y las costumbres de los otros!
No le gusta el deporte, máxime porque su padre le transmitió su propia antipatía por el ejercicio físico, el cual no es a sus ojos sino una pura pérdida de tiempo y sobre todo de dinero.
Sí la religión en general abriga con respecto a la ciencia antipatía y temor, el cristianismo en particular es el adversario declarado de toda civilización que tenga por objeto aprovechar los recursos de la vida terrestre y hacer que el espíritu descienda hasta las condiciones de esta vida.
He jurado sobre el altar de Dios hostilidad eterna contra toda forma de tiranía sobre la mente del hombre.
Creen que cualquier trozo de poder confiado en mí, será ejercido en oposición a sus confabulaciones. Y creen bien; porque he jurado sobre el altar de Dios hostilidad eterna contra cada forma de tiranía sobre la mente del hombre. Pero esto es todo lo que tienen que temer de mí: y esto basta, también, en su opinión
M. Pernety me informó que él le ha comunicado mi nombre. Esto me lleva a confesarle que no soy tan completamente desconocida para usted, como podría creer, pero que por temor a la burla ligada a una mujer científica, he adoptado previamente el nombre de M. LeBlanc en la comunicación de aquellas notas que, sin duda, no merecen la indulgencia con la que me ha correspondido
Amar es una angustia, una pregunta, una suspensa y luminosa duda; es un querer saber todo lo tuyo y a la vez un temor de al fin saberlo.
Si se rastrea el miedo a la muerte hasta el objeto cuya pérdida le dio origen, se verá que ese objeto no es el cuerpo, sino la mente que funciona en él. Lo que el ser humano teme perder es la conciencia, no el cuerpo. Él ama la existencia, que es su propio Yo. ¿Por qué no apegarse a la conciencia pura ahora mismo, mientras estamos en el cuerpo, y quedar libres de todo miedo?
Es una tragedia que no la escribieron Sófocles o Esquilo porque les tuvieron miedo a los críticos de Atenas
Nadie puede concebir la angustia que sufrí durante el resto de la noche, que pasé, frío y mojado, a la intemperie. Más no notaba la inclemencia del tiempo. Tenía la imaginación asaltada por escenas de horror y desesperación.
Solo con ver a alguien que lleva un parche en el ojo, ya te entran ganas de mirar. Para ver si es de mentira. O para ver el horror que hay debajo.
A mi no me gusta esa palabra asesinato, me produce pánico. Pero lo que es digno de terror y de pánico es quedar a su discreción
Para las masas en su existencia más honda, inconsciente, las fiestas de alegría y los incendios son sólo un juego en el que se preparan para el instante enorme de la llegada de la madurez, para la hora en la que el pánico y la fiesta, reconociéndose como hermanos, tras una larga separación, se abracen en un levantamiento revolucionario.
Y había otro problema adicional a raíz de lo que recordaba de las pocas películas de terror que había visto y que se reforzaba con aquellas lecturas: los vampiros no podían salir durante el día porque el sol los quemaría hasta reducirlos a cenizas.
El terror gana batallas pero pierde guerras, porque en el corazón de los humanos hay un irreprimible anhelo de libertad.