El odio era un vómito que los libraba del vómito mayor, el vómito del alma.
Cual si la Tierra fuera un cráter, vomitó del fondo de sus entrañas un ingente chorro de fuego. El suelo se elevó y fueron muy contados los espectadores que pudieron entrever, por un instante, el gigantesco proyectil, hendiendo victorioso los aires, en medio de una aureola de flamígeros vapores.