No hay nada más terrible, insultante y deprimente que la banalidad.
(...)La victoria total, completa, aplastante de un bando sobre el otro, cargará al vencedor con la responsabilidad de todos los errores cometidos y proporcionará al vencido la base de la futura propaganda, tanto dentro como fuera de nuestras fronteras.
Húmedo le estrechó la mano y, en lugar de la zarpa aplastante que esperaba, sintió el apretón firme de manos de un hombre honorable y contempló la mirada tranquila, honrada y tuerta de Asidor D'Oropel.