Dios detesta las faltas, porque son faltas. Pero, por otra parte, ama, en cierto sentido, las faltas en cuanto le dan ocasión a Él de mostrar su misericordia y a nosotros de permanecer humildes y de comprender también y compadecer las faltas del prójimo
Las lágrimas enseñan a arrepentirse de las faltas propias y a compadecer a los demás, y a verter un poco de la miel y el aceite que se tiene en el corazón sobre las heridas de la humanidad