¿No era tu sonrisa el bosque resonante de mi infancia? ¿No eras tú el manantial la piedra desde siglos escogida para reclinar mi cabeza? Pienso tu rostro inmóvil, brasa de donde parten la vía láctea y ese pesar inmenso que me vuelve más loco que una araña encendida agitada sobre el mar.
Pero la vida de ella era fría como una buhardilla, con tragaluz al norte y donde el hastío, araña silenciosa, tejía su tela en la penumbra por todos los rincones de su corazón.