Si el Estado moderno se encarga cada vez más de repartir beneficencia y previsión a todos lados, a beneficio primero de unos, luego de otros, tiene que degenerar en una institución que estimula la desintegración moral y prepara su propia condena final.
Todos los asuntos públicos en el Congreso ahora se tratan con intrigas, y no hay peligro mayor de que todo el gobierno vaya a degenerar en una lucha de camarillas.