Pushkin, tan aficionado a reír, a medida que yo leía se iba poniendo cada vez más sombrío, y al acabarse la lectura exclamó con desesperación: ¡Dios mío, qué triste es nuestra Rusia! En aquel momento me di cuenta de la importancia que podía tener todo cuanto saliera directamente del alma, y, en general, todo cuanto poseyera una verdad interior.
Fuera de media docena de personas en cada ciudad, los demás vecinos están orgullosos de haber conseguido permanecer en la ignorancia, cosa bien fácil de alcanzar. Ser intelectual o aficionado al arte es tanto como ser afectado y de cualidades equívocas.