Que cada hombre y mujer que amen la libertad y el ideal anarquista, lo propague con empeño, con terquedad, sin hacer aprecio de las burlas, sin medir peligro, sin reparar en consecuencias; y manos a la obra camaradas y el porvenir será para nuestro ideal libertario.
El hombre es cobarde y cuando no es él el que aprecia la vida, es entonces la vida la que le ha tomado aprecio a él; pareciendo todo cosa del mismo demonio, ya que el fin de la creación no fue poblar la tierra de seres dignos sino de animales.
A la política y a los hombres políticos y de gobierno no les está permitido escindir la realidad, y decir: 'Esto me gusta, esto me agrada, esto me conviene, esto lo organizo y lo defiendo; lo demás, se quita, se borra, desaparece de la contemplación de mis deberes'.
Me es posible mezclar mi aliento al suyo, embriagarme en la contemplación de sus facciones sin que me considere sospechosa de impureza y engaño. Teme que mi seducción le haga violar sus votos. ¡Qué injusto es! Si quisiera excitar su deseo, ¿Le ocultaría con tanto cuidado mis facciones? Esas facciones de las cuales a diario le oigo decir...Se interrumpió y se sumió en sus reflexiones.
¡Compatriotas! Vuestra estimación es el más dulce premio a que podría yo aspirar. Mi vida es vuestra, y rendirla por la gloria del país, es mi primer deber
El que no piensa en sus derechos más que cuando se lo recuerdan no es digno de estimación
Los académicos hablan constantemente de duda y suspensión del juicio, del peligro de determinaciones precipitadas, de limitar las investigaciones del entendimiento a unos confines muy estrechos y de renunciar a todas las especulaciones que no caen dentro de los límites de la vida y del comportamiento comunes;...
El amor es una suspensión del juicio crítico hacia el otro.
El Ser es la culminación; la superación de la enajenación
Tal vez ninguna persona puede ser un poeta, o incluso disfrutar de la poesía, sin una cierta enajenación mental.
¡ Qué espanto causa el rostro del fascismo ! Llevan a cabo sus planes con precisión artera sin importarles nada
Así conversábamos en torno de la mesa del café, sombríos y gozosos de nuestra impunidad ante la gente, ante la gente que no sabía que éramos ladrones, y un espanto delicioso nos apretaba el corazón al pensar con qué ojos nos mirarían las nuevas doncellas que pasaban, si supieran que nosotros, tan atildados y jóvenes, éramos ladrones... ¡Ladrones!